miércoles, 11 de mayo de 2011

ANATOMIA DE UN INSTANTE

Nunca, nunca, se deja de aprender. Han pasado unos días desde que terminaran los 101 km de Ronda y he dejado pasar el tiempo para expresar todo el agradecimiento que tengo hacia lo que aprendí ese día de mayo de 2.011. Es difícil afrontar una prueba de una distancia así cuando falta el pico de motivación necesaria y la confianza para tirar en los momentos de debilidad. Hacia el kilómetro 10 más o menos ya le comenté a mi hermano y pilar fundamental ese día, que notaba las piernas muy duras. Era como si hubiera corrido el día de antes y las llevara condolidas, si bien llevaba toda la semana descansando. Efectivamente algo no iba bien, y hacia el kilómetro 45 un dolor “insoportable” en la rodilla izquierda me llevó a los infiernos del pensamiento negativo influido por una cojera más que ostensible. Me dolía la rodilla y parte de la pierna, ante lo que les dije a mis compañeros de fatiga, que se marcharan hasta Setenil que yo igual tenía que quedarme. Me esperaron contra mi voluntad, y continué a unos metros de distancia para desahogarme en soledad. Ahí comenzó de nuevo la carrera para mí. Cuando peor iban las cosas y había tomado la decisión que así no sería muy inteligente terminar 50 km más, sucedió algo indescriptible para mí. Me encontraba muy fuerte de piernas y había conservado lo suficiente para afrontar lo que quedaba, sin embargo un capricho del cuerpo me obligaría a abandonar contra mi voluntad en el km 60. Entre toda esa amalgama de pensamientos aparecieron dos niñas que no tendrían más de 7 años en la orilla del camino y como si me estuvieran escuchando una me plantó un: ¡no puedes abandonar ahora! ¡ánimo! ¡no puedes abandonar!. Esas tres frases se me clavaron en lo más profundo y fue la ventana que me permitió escapar, y decidí correr lo que el dolor me permitiera. Llegué a Setenil en compañía de mi hermano y fui directo al fisio, que descartó una lesión de ligamentos afirmándome que más allá del dolor no abría problemas. Podría haberme quedado allí, pero decidí seguir porque “había ido a correr los 101 km” y tenía que ser así. A partir de esos escasos segundos en los que una niña me ayudó a terminar una carrera, todo fue más o menos igual que en otras ocasiones: cansancio, risas, dolor, etc.

Fue la prueba más dura que he hecho nunca, y la más divertida gracias a la compañía. Salimos juntos, y llegamos juntos para emoción nuestra. Cuando cruzas la meta de una prueba en la que has dado todo te sientes solo, sin saber donde ir. Sin embargo, en esta carrera entramos cuatro amigos cogidos de la mano, y lo primero que busqué fue el abrazo de mi hermano, GRACIAS. Luego nos fundimos en abrazos, besos, y alguno se atrevió a echar alguna lágrima de ilusión, y todo se detuvo para disfrute mío. Le gané un pulso enorme a mi cuerpo, y comprendí eso que dicen que la mente puede superar las limitaciones del cuerpo. No hice nada especial y lo sé, solo corrí, pero ese día me sentí un poco más pleno.

Quiero dar la enhorabuena a aquellos con los que disfruté 15 horas y 18 minutos:

Chechu: El hermano mayor del grupo y la serenidad hecha persona.
José Carlos: La alegría, la sonrisa y la sorpresa.
Yolanda: La ilusión incansable.

Carmen: Otra demostración de fuerza.

P.D. Que esa niña que me enseñó tanto, siga haciendo feliz a mucha gente. Gracias.


Fuerza y valor

1 comentario:

  1. Hermano, nos vemos en la próxima. Ya te lo dije en meta y te lo repito; gracias por no abandonar y seguir hasta el final. Me hubieras partido de haberte quedado en Setenil. Un abrazo.

    Chechu.

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